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El Mochuelo

(Localidad de Ciudad Bolívar)

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–Mi abuela tenía tan cerquita la basura, que a esto ya no le llamaban Mochuelo sino “Villa mosquito”. Cuando estalló el relleno Doña Juana sentimos un bombazo hasta abajo, por Santa Librada.

–Uy, sí, por Madelena también lo sentimos. Luego vino el olor más nauseabundo de mi vida, como a cebolla picha. Ahora vivo lejos, pero a veces todavía en mi olfato lo recuerdo.

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Marruecos

(Localidad de Rafael Uribe Uribe)

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A comienzos de 1990 volvimos a tener casa propia en un rincón del Rincón de los Molinos. La casa no era una casa sino un apartamento de tres habitaciones y dos pisos que parecían tres. En la ventana de lo alto de nuestro rincón desfilaban “Angelito 2000”, “Angelito 2001”, “Virgen de las luces”, “Santa Bengala” y otras tantas polvorerías del barrio Marruecos. Un día estalló “Angelito 2000”. El divino totazo fue tan tremendo que pensamos que era una bomba de Pablo Escobar.

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Las Aguas

(Localidad de La Candelaria)

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Después de que mi papá perdió la casa de la 72, nos fuimos a Las Aguas, a la casa del papel. El lugar estaba todo lleno de cuartos con rollos gigantescos de celulosa que entraban y sacaban rumbo a El Espectador. Con Lilia e Isabel jugábamos a corretearnos y a escondernos por entre el papel extendido al sol como la ropa, hasta que llegaba mi papá y con su gentil formalidad nos regañaba.

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Primavera

(Localidad de Puente Aranda)

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Hoy cuando venía a mi casa, me acordé del sonido del tucán que tenían en esa cuadra y que escuchábamos todas las mañanas en el barrio. Así que llegué a buscar vídeos en Youtube, y  colapsó parte de mi infancia. El avechucho que yo recuerdo no sonaba así, pero seguro sí se veía así desde abajo. No, no sonaba así. No sabría cómo decirlo, era un sonido agudo y durísimo. Se oía por todo el barrio. Estos que encontré suenan más como un sapo o una matraca. Ahora resulta que el bicho tiene como tres tipos de canto: el sapo, el matraca y el freno de buseta. Sí, el primaveral era más como freno de buseta.

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Santa Fe

(Localidad de Los Mártires)

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Mi hermano creció en ese edificio, pero yo vivía bastante más lejos. A veces, de pequeños, me llamaba para decirme que iba a venir y que se iba a quedar y que íbamos a jugar todos los juegos. Entonces yo me paraba en la ventana con una vista inmensa de la ciudad, y con los ojos achinados ubicaba el punto remoto que era el edificio. Me imaginaba que podía verlo salir a tomar el colectivo rojo y que podía seguir toda la ruta del encuentro.

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Suba cerros

(Localidad de Suba)

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Yo solo sé que esto lo compró hace más de cien años mi tataratataratatarabuelo y que desde que tengo memoria se llama Villa Lorena, yo-no-sé-por-qué. Esta casa es un dolor de cabeza porque mantenerla es muy costoso y los impuestos están carísimos y uno no puede ni ponerle unas ventanitas más modernas. Cuando yo era chiquita, alrededor había potreros, allá adelante vivían los Hurtado y nada más. Pero a mí no me importa que hagan y construyan, que suban y bajen; igual yo me mantengo acá en este espacio grande con mi hijo, mi servidumbre y mi celador.

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Suba Cerros

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Venecia

(Localidad de Tunjuelito)

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“Compré un lotecito aquí, empecé a hacer la casa con una pica y una pala que compré en la Caja Agraria y 100 pesos, y estoy con mi familia. Cuando ya hice la primera pieza, me pasé el 11 de noviembre de 1958. […] En esa época cuando nosotros llegamos a mirar el sitio para poder comprar, la verdad es que esto era una laguna” (Relato de César Rodríguez citado en Zambrano, Fabio, Historia de Bogotá. Siglo XX).

“Años antes, cuando se inundaron los otros barrios de la localidad, la prensa los había descrito como una Venecia” (Zambrano, Fabio, Historia de Bogotá. Siglo XX).

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La Perseverancia

(Localidad de Santa Fe)

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Nací tras la puerta del número 31-17 en un estrecho callejón al que le caben dos mil y una historias. Y aquí mismo espero la muerte sin sonrojarme. Fui chichera, de la mano de mi madre y mi abuela, en las épocas en que la bebida de maíz convivía en igualdad con el guarapo, el aguardiente y la cerveza. De niña, también en familia, hice los capachos que compraba Bavaria para cubrir la cerveza que se transportaba a lomo de mula a los pueblos de la Sabana. También fui polvorera y obrera de la fábrica, como muchos de mis vecinos.

La cercanía con la fábrica de Bavaria atrajo al barrio cientos de campesinos de Boyacá, Tolima y Cundinamarca a mediados del siglo pasado. Don Leo Kopp, fundador de Bavaria, otorgó préstamos a la gente y, con trabajo mancomunado, se fueron construyendo casas de adobe que aun hoy se mantienen en pie, aunque la mía está a punto de caerse.

Sin embargo, no olvido cada lunes visitar la tumba de don Leo para agradecerle que ayudó a mis padres, dos inmigrantes de Boyacá, a construir la casa en la que hoy vivo. Además, le pido favores económicos porque, según dicen por ahí, él todavía escucha”. (Relato de Asunción Bernal, “Los milagros de Don Leo”, citado en La Perseverancia: barrio obrero de Bogotá).