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Mi top 5 de lecturas del 2014

El 2014 fue un año de novedades y gratos descubrimientos. Sin mayores preámbulos –como dicen en los discursos–, aquí están mis cinco lecturas recomendadas.

La muerte del padre                                                                             

Karl Ove Knausgård (Anagrama)

 imageCuentan las reseñas que en otoño del 2009, Karl Ove Knausgård se lanzó a un proyecto literario ambicioso: escribir los seis libros de su autobiografía, conocidos como Mi Lucha. Pero decir esto de forma tan escueta no es hacerle honor al resultado. Al menos en su primera entrega, La muerte del padre, Knausgård logra hacer un relato poderoso y sutil que parece desprovisto de toda ambición.

Su primer acierto es hacer de una narración autobiográfica un relato universal. Justo en la era de los blogs y del ‘yo’ como marca regente de casi toda escritura, Knausgård logra trascender lo anecdótico. “Son mil formas de buscar sentido dentro de una vida ordinaria. Cuando hago algo, estoy haciéndolo y pensando al mismo tiempo. Simplemente quise encontrar una forma para esos dos niveles. Es completamente posible estar sentado en casa leyendo Heidegger y después ir a lavar los platos. Es el mismo mundo. Cada uno corresponde al otro. Cuando dices algo sobre la vida, hace falta, yo pienso, ambas cosas”, comenta Knausgård sobre su propio libro.  Es, además, el ejercicio de escritura más sincero que haya leído en mucho tiempo; y digo ejercicio porque el propio Knausgård lo asume como tal, con sacrificio y terror, pero sin imposturas ni ambiciones. El autor ‘se limita’ a conectar distintos momentos de su vida, especialmente de su infancia y adolescencia, en torno a la figura del padre y las contradicciones que devienen de su pérdida. De fondo, sin embargo, hay una resignación contemplativa ante la vida, muy parecida a la de los meditadores que se sientan a observar la impermanencia sin intervenir de modo alguno. 

El traductor                                                                                   

Salvador Benesdra (Eterna Cadencia)                                                                            image

Comencé a leer a Salvador Benesdra por una curiosidad macabra: antes de lanzarse al vacío por el balcón de su apartamento, Benesdra dejó escrito El camino total, “técnicas no ingenuas de autoayuda para gente en crisis en tiempos de cambio”. También dejó, junto a una beca que le permitiría publicarla, su única novela: El traductor. Y eso es todo. Un libro de autoayuda inédito y una novela que vio la luz gracias a un premio que ni siquiera supo que ganó. Entendí así que tenía sentido el mito Benesdra y su larga lista de etcéteras, solo posibles en el escritor de culto de la decadencia argentina, tan evitado por las editoriales por sus escasas perspectivas de suceso comercial.

El traductor es una gran novela en muchos sentidos. Es la historia de la relación amorosa –y por eso mismo de tensión y desencuentro– entre Ricardo Zevi, un traductor casi cuarentón, y Romina, una joven adventista anorgásmica; a su vez, la de una editorial –Turba– que cede a sus principios ‘progres’ para sacrificar a sus empleados con la más sutil de las estrategias avasalladoras; es una especie de Aleph de su tiempo, con una Argentina en crisis y un mundo globalizado, sin muro de Berlín ni Unión Soviética; y, transversal a todo ello, es el compendio de soliloquios de Zevi, a veces lúcidos, a veces delirantes y perversos. Antropología, psicología, sociología, ping pong y hasta meditación zen; con eso, y mucho más, El traductor logra ser una novela sólida, hermética y, lejos de toda expectativa, muy esperanzadora.

El impostor                                                                                        

Javier Cercas (Literatura Random House)

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En 2005 estalló el caso Enric Marco, la escandalosa ficción de un octogenario que se hizo pasar por deportado y superviviente de un campo de concentración nazi, en Flossenbürg, durante la Segunda Guerra Mundial. Desenmascarado por el historiador Benito Bermejo, Enric Marco se convierte en blanco de profusas reflexiones de la opinión pública; de alguna forma, todos tienen que ver con él bajo el amparo de la indignación. Javier Cercas vuelve sobre la figura de Enric para hacer un relato real o lo que Cercas llama una novela sin ficción que, más allá de asumir la imposibilidad de escribir la verdadera historia de un mentiroso, lo usa como pretexto para revelar su propia impostura. Y, claro, con él caen aquellos que amplificaron y participaron ‘inocentemente’ de su ficción porque, la verdad sea dicha, todos somos impostores.

El impostor es una mixtura de géneros y una empresa monumental de documentación que bien nos podría hacer pensar que se trata de una gran crónica. Pero creo que hay sobradas razones para ver en ella una novela. Cercas no solo reescribe la historia de Enric Marco a partir de largas entrevistas y un riguroso trabajo de archivo y reportería detectivesca, sino que complejiza cada elemento involucrándose como personaje. El autor nos brinda así un ‘backstage’ de la obra de la que él mismo es autor y coprotagonista, al mejor estilo del Dante de La divina comedia. A través de la guía del maestro de la impostura, Enric Marco, Cercas –como Dante– hace su propia cartografía de lo más monstruosamente humano. En palabras de Cercas, “de nuestro desesperado y humillante deseo de ser a toda costa aceptados, queridos y admirados, de nuestra absoluto rechazo a reconocernos tal y como somos y de nuestra invención permanente de una vida paralela, ficticia y halagadora, capaz de volvernos soportable la vida real, de nuestro conformismo y nuestros embustes, de nuestra insaciable capacidad de decir Sí y nuestra eterna y cobarde incapacidad de decir No, de nuestra hambre feroz de ficción y nuestro doloroso imperativo de realidad, de los montones de mentiras colectivas que nos hemos contado y nos seguimos contando a diario en este país (España), del hecho incontestable de que todos representamos un papel, de que, igual que actores en un escenario, todos somos y no somos lo que somos, de que todos, de algún modo, somos Enric Marco”.

Middlesex

Jeffrey Eugenides (Anagrama)

imageEntre cada una de las tres novelas de Eugenides hay exactamente nueve años. Esto, para mí, da una idea del tipo de escritor que es: lento, metódico y técnico. Podría equivocarme, pero Middlesex me dio justo esa impresión. Eugenides deconstruye la historia de un intersexual –Cal como hombre, y Callie como mujer– y la de la saga familiar que le antecede; aunque, una vez más, este es el tema superficial. De Esmirna a Berlín, pasando por Detroit y San Francisco, Eugenides elabora una novela cuidada y compacta sobre la construcción de la identidad (sexual, cultural, de clase), sobre la genética y sus influjos, sobre la diáspora y la literatura de puerto.

Como todo, la novela tiene sus bemoles. Resulta particularmente elaborada y detallada en su primera parte, con un nivel de coherencia y erudición exclusivo de los grandes novelistas; pero es un ritmo que no se sostiene y que halla en la adolescencia de Callie y su transformación en Cal un significativo declive. Lamenté la forma como se resuelven los dilemas de la etapa final de esta búsqueda identitaria [algo en lo que el autor gasta no más de 10 páginas de 680], y que contrasta con la extensa reconstrucción de los más remotos orígenes familiares del protagonista. Pese a este reparo, no dejo de admirar la maestría técnica de Eugenides, su fuerza narrativa, su humor y la tremenda solidez de sus personajes.

Los que sueñan el sueño dorado 

Joan Didion (Literatura Mondadori)

imageEl año pasado tuve un interés particular por la narrativa periodística norteamericana, tan desconocida para mí. Los que sueñan el sueño dorado, sin embargo, es más que eso: arranca con una especie de crónica y continua con textos cortos inclasificables. Todos ellos tienen un rasgo común marcado por el estilo, el humor, la inteligencia y la capacidad de conectar las anécdotas de una escritora –a veces primeriza, a veces consagrada– con el territorio y su tiempo. Didion escribe como si le resultara fácil, aunque no deje de confesarnos lo mucho que le paraliza pasar semanas sin completar un solo párrafo; y lo hace, también, con todas sus manías, patologías y obsesiones, profundizando allí donde solo vemos un cuerpo de agua, un dolor de cabeza o una película de llaneros.

Didion, además, escribe como una mujer, aunque esta es una intuición que apenas puedo justificar.

Más reseñas en: http://30cucharaditas.tumblr.com/